domingo, 9 de febrero de 2014

Que decepción

Que decepción la llegada de SA. Yo había imaginado a la princesa llegando en un hermoso carruaje, tirado por bellos corceles blancos ricamente enjaezados. En la puerta, un altivo mayordomo real estaría esperando para hacerle los honores y ayudarla a descender. También esperaría el juez, con actitud sumisa y semblante serio y acobardado. Ella, con un traje largo color marfil de seda y una tiara como único adorno, descendería sabedora de que la justicia se imparte en nombre del rey, su padre, y que éste no permitiría que la plebe osara ninguna ofensa contra la Duquesa de Palma, su hija.

Pero no. Se levantó, se acicaló como cualquier hijo de vecino, eligió un conjunto de los que la gente normal se pone cuando va a buscar trabajo, llegó en un utilitario y dio los buenos días. Como hacemos todos cuando salimos de casa y nos encontramos a un vecino que no queremos ver y tenemos que saludar a la fuerza. Si la comparecencia se hubiese planeado para un lunes y no hubiese coincidido con un congreso de la policía, solo se habría enterado el personal del juzgado y el contable de su abogado porque no sabe ni cómo ni cuándo va a cobrar la minuta de este cliente.

Decepcionante, sí. Y la culpa de todo la tiene el rey, que dijo aquello de que la justicia es igual para todos (que cachondo, lo dice él que es inimputable). El juez se lo creyó y a partir de ahí se acabaron los privilegios. Si hubiese ido como yo imaginaba, haciendo ostentación del poder de su linaje, incluso con una herida abierta para que se viese el color azul de su sangre, nadie se hubiese atrevido a preguntarle por sus cuentas, sus propiedades o sus súbditos. Su abogado se ha equivocado de estrategia porque no hemos visto a la princesa que todos queríamos ver, sino a una oficinista que podría mezclarse con el resto de la gente sin llamar la atención. Si su familia es única, por qué ella tiene que ser tratada como los demás. El gobierno y su entramado, entre los que están la fiscalía y la Agencia Tributaria, lo tienen claro, pero hay jueces que parecen vivir en otra galaxia y no se han enterado de que los privilegios reales son una parte del peaje que todavía estamos pagando por la transición.



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