martes, 15 de marzo de 2011

¿Nucleares? Hoy no, gracias

Con los problemas surgidos en diversas centrales nucleares de Japón, a raíz del terremoto padecido días pasados, se ha reactivado el debate sobre la conveniencia o no de dar un margen de confianza a la energía nuclear.

Como ocurre con tantas otras cosas, se ha entrado en un debate “en caliente” que en nada favorece para encontrar soluciones de consenso. Posiblemente el devastador terremoto sirva para que en un futuro más o menos corto los expertos encuentren soluciones que garanticen la estabilidad de las centrales nucleares en situaciones límites como la vivida, o incluso peores. Si se llega a esa solución parece que el problema se habrá solventado y podremos volver a vivir con tranquilidad. Pero no seamos ilusos, porque el problema no son esas construcciones, al menos no son el problema más grave, el problema es, fue y será, el imposible tratamiento de los residuos radiactivos.

Estos residuos se dividen en residuos de baja o media actividad y residuos de alta actividad. Mientas que los del primer grupo se suelen “disolver” en un período más o menos corto, los restos del segundo, formado por los restos que quedan en las varillas del uranio que se usa como combustible para las centrales o en las armas atómicas, duran y duran como esas famosas pilas, hasta varios miles de años, con el agravante de que unos pocos gramos de este material puede acabar con cualquier tipo de vida, tal y como la conocemos en la actualidad. Pero como para todo hay solución, y lo importante es la rentabilidad, algunas mentes privilegiadas han pensado que los residuos de alta actividad se pueden enterrar en cementerios nucleares, donde a nadie molesten, eso que asépticamente se ha dado en llamar ATC (almacén temporal centralizado), o mientras no son muy importantes en cantidad, se pueden dejar en piscinas creadas al efecto en las propias centrales.

Pero no, esa no es la solución. Al crear la energía nuclear no se supo controlar el monstruo que puede llegar a ser, no tenemos control de cada una de las fases de la elaboración de la energía nuclear ni de su tratamiento residual. Puede proporcionarnos energía casi ilimitada, a un precio mucho más competitivo que cualquier otra energía, pero no estamos en condiciones de asegurar su control. No podemos olvidar que la vida media de un elemento como el plutonio 239 puede llegar a los 20.000 años. Hoy “sabemos” que los ATC son seguros, como hace menos de mil años “sabían” que la tierra era el centro el universo. En la actualidad, para almacenar estos residuos se utilizan enormes contenedores de plomo capaces de aguantar las pruebas más exigentes: caídas libres, incendios, resistencia a la corrosión,… pero no podemos saber lo que ocurrirá dentro de cien o cinco mil años. La industria militar, por ejemplo, que avanza a un ritmo inimaginable, es muy probable que dentro de poco sea capaz de llegar a estos depósitos y destruirlos apretando un simple botón; menuda ganga tener una bomba en suelo enemigo. Y ya sabemos que cada vez tenemos más locos por metro cuadrado. Lo anterior sin olvidar que no sabemos con exactitud  cómo se comportarán los residuos en los sarcófagos instalados bajo tierra con el calor que esos mismos materiales generan, ni sabemos cómo se comportará la propia tierra.

Y este es el auténtico debate, la seguridad de la energía nuclear y el legado que queremos dejar. No confundamos esto con ideología, salvo que la mala sangre la tenga.

Por si acaso, brindaré por los que nos sucedan, sea lo que sea en lo que se hayan transformado tras su mutación.

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