Mientras Franco daba sus
últimos coletazos firmando las últimas penas de muerte, medio mundo
se manifestaba en su contra. Era gente de todas las ideologías.
Algunos de los que llenaron las calles podrían firmar hoy su entrada
en el PP, el PSOE o en el PCE. Todos iban de la mano con unos
objetivos claros: la abolición del apena de muerte, el fin de la
dictadura y la vuelta a la democracia. Todos sabían las diferencias
que les separaban del que caminaba al lado, pero de eso se hablaba
poco porque lo importante era luchar contra el enemigo común, se
sentían demócratas por encima de todo. Muerto Franco, y tras el
breve tiempo de la transición, las ideas empezaron a surgir y las
ideologías a buscar su clientela. Ya no había enemigo común, ya
nada nos ataba al otro, cada uno empezó su andadura, hasta
nuestros días.
Algo parecido está
pasando en el PP, conglomerado de camarillas tan diferentes. Siempre
han tenido algo que les ha unido, un enemigo común, además de una
disciplina que para sí la hubieran querido los partidos comunistas
de antaño. El terrorismo y Zapatero son dos buenos ejemplos de
elementos aglutinadores que han servido para que la derecha más
clásica y europea, la derechona más rancia (y mal llamada liberal)
y la derecha patria de brazo en alto, hayan convivido durante estos
últimos años sin que se tirasen de los pelos. Hoy, muerto
(políticamente) Zapatero y derrotado el terrorismo, pocas cosas les
quedan en común y empiezan a salir a la luz las diferencias
existentes. Cada camarilla reclama su protagonismo. Si no hubieran
existido esos elementos aglutinadores, el PP difícilmente hubiera llegado
hasta nuestros días. Han sido los pilares en los que han
fundamentado todo su discurso. Incluso ahora, que con su mayoría
absoluta han tenido ocasión de hacer historia, no han sabido
gestionar su imagen de buenos gestores y se han limitado a firmar lo
que les han puesto delante, ya viniese de Bruselas, de Alemania o
China. Se han quedado sin enemigos y el partido se está quedando sin
nada por lo que pelear, salvo contra ellos mismos.
Si a lo anterior le
sumamos que los que han ido ascendiendo en el establishment se han juntado
con los que no se han ido, la foto ya está completa. La falta del
enemigo aglutinador, la falta de ideas y el tapón que se ha formado, con más
candidatos que puestos, está haciendo que cada uno empiece a buscar
su disculpa para encontrar abrigo en otro puerto. De momento, una
parte de la derechona ¿liberal? y de la derecha patria (la del brazo en alto) ya han dado
los primeros pasos para encontrar su sitio en Vox, partido que nace
del rencor y de la nostalgia de una España ya finiquitada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario