La fe es algo que se
tiene o no se tiene, se cree o no se cree. Para la religión,
inventores del dogma, es algo que no admite discusión. De ahí que
los que se apartan de la fe quedan automáticamente excluidos
del club, sin derecho a gozar de los privilegios en el otro mundo que
otorgan a los creyentes los intérpretes de la voluntad divina.
Con la democracia pasa lo
mismo, se cree o no se cree. El problema es que en cuestiones
terrenales no tenemos esos intérpretes de la doctrina que nos digan
en cada momento lo que está bien o lo que está mal y, sobre todo,
quién se aparta del camino recto y quién permanece en él. Pero a
pesar de estas carencias, si rascamos un poco podemos llegar a saber
dónde estamos en cada momento.
Uno de los pilares
básicos de la democracia es la separación de poderes, cuanto más
independiente es cada una de las tres patas que soportan nuestro
Estado de Derecho mejor será el diagnóstico. Poder ejecutivo, poder
legislativo y poder judicial serían los órganos que todo buen
médico debería examinar para comprobar nuestro estado de salud
democrático. Por supuesto, es fundamental que los tres funcionen
bien y de forma coordinada, pero sin que se interfieran entre ellos
y ninguno asuma competencias que no le corresponde.
Si nos fijamos en España,
comprobamos que el poder legislativo está totalmente controlado por
el ejecutivo, no hay diferencia entre uno y otro. El gobierno
controla la labor legislativa y la ejecutiva, el control
parlamentario, las comisiones,... lo que se dicta desde el gobierno
la mayoría parlamentaria lo asume como si fueran los mismísimos
mandamientos. Alguien podría decir que esto es un problema de
mayorías, cuando se tiene mayoría absoluta es lo normal. Pero no,
es un problema de fe, de creer o no creer en la democracia; el hecho
de que la mayoría te dé poder para interferir en otro de los
poderes del estado no significa que debas hacerlo, y si lo haces será
por tu poca fe en esos mismos pilares en los que luego quieres basar
tu poder. Si tuviésemos lo que tienen las religiones, el actual
gobierno habría perdido sus privilegios y estaría a punto de ser
excomulgado por su falta de fe.
Pero sigamos con el
diagnóstico. Por eso de las mayorías absolutas o relativas, el
gobierno pretende y consigue también, de forma indirecta, el control
del poder judicial. Mediante los adecuados nombramientos, primero se
encarga de asegurarse fidelidades en el Tribunal Constitucional en
número suficiente como para garantizar que los recursos de
inconstitucionalidad que vaya llegando tengan el adecuado recorrido,
y luego se asegura lo propio en el Consejo General del Poder Judicial
para poder controlar las más altas instancias judiciales: el
Tribunal Supremo. Todos los designados, ilustres personalidades del
mundo del derecho, pero también amigos de la casa para que la
relación sea más fluida y provechosa.
Ya tenemos bajo un mismo
manto el poder ejecutivo, el poder legislativo y una parte del poder
judicial.
Continuemos, que no hemos
cerrado el círculo y quedan algunos pequeños flecos que es
importante no perder de vista. Si nos fijamos en la reforma que el
gobierno del PP quiere hacer del Código Penal y en el proyecto de
Ley de Seguridad Ciudadana, veremos que desaparece el Libro III del
primero, relativo a las faltas, y a pesar de la gravedad de algunas
sanciones del proyecto quedan extramuros de la justicia ¿Qué quiere
esto decir? Que el control de las faltas y de todo lo relativo a
manifestaciones, protestas o disidencias con la gestión del
gobierno, ya no pasará por el juez de turno, siempre proclive a
pedir pruebas que la policía no puede aportar, sino que serán
sancionadas directamente por la administración, por el gobierno, sin
el previo control judicial. Cambiamos la presunción de inocencia que
da la cobertura de la justicia, por la presunción de culpabilidad
que ampara a las sanciones administrativas. Cambiamos la garantía
del juez por la notificación seguida del embargo. Todo limpio y
aséptico.
Círculo cerrado. Los
tres poderes en las mismas manos. ¡Viva Montesquieu!
En 1812 se aprobó la
Constitución de Cádiz y se instauró por primera vez la separación
de poderes. Hoy, doscientos años después, damos un triple salto
mortal y volvemos a la época de Pepe Botella. Y es que hay quien,
después de tanto tiempo, siguen sin creer ni en la separación de
poderes ni en la democracia. Cuestión de fe, se cree o no se cree.
No hay comentarios:
Publicar un comentario