Juan llevaba varios meses obsesionado con una joven de su barrio, y aunque era muy discreto siempre que podía la vigilaba. Conocía sus costumbres y sabía quienes eran sus amigos, su familia, incluso su novio, un chaval al que, como a la chica, todos apreciaban en su entorno. Sabía tanto de ella que podía adivinar dónde y con quién podía estar en cada momento del día.
Con la información que de forma tan metódica fue recopilando ya tenía todo lo necesario para llevar a cabo su objetivo. Era un martes de invierno cuando decidió que por fin iba a conseguir su trofeo, lo que llevaba tanto tiempo anhelando. El día siguiente sería el día. Se levanto como siempre, y a la hora prevista salió de su casa pensando en los detalles y en que si no perdía los nervios nada podía fallar. No perdió los nervios y nunca podrían relacionarle con el suceso. Jamás respondería ante la justicia humana.
Pocos días después Juan entró en una iglesia alejada de su barrio. No quería que nadie le reconociese. Aunque no era muy creyente, la educación religiosa recibida durante años en el colegio se fue abriendo paso. No podía quitarse de la cabeza los gritos y esas súplicas entrecortadas. Tras acercarse al confesionario, temblando y con los ojos llenos de lágrimas, fue desgranando todos y cada uno de los detalles que le atormentaban. Al rato salió de la iglesia renovado. La justicia divina le había perdonado.
A los tres meses Juan entró de nuevo en la iglesia que ya conocía. Se aseguró de que el sacerdote fuese el mismo. Y de nuevo salió renovado con la absolución. El sacerdote sabía que volvería, que en pocos días podría leer en los periódicos un adelanto de lo que luego sabría con detalle. Sabía que Juan entraba en la iglesia sólo buscando cierta tranquilidad de espíritu, y que eso, al mismo tiempo, le daba fuerzas para repetir sus “hazañas”. El sacerdote pensó por un momento que si lo delataba evitaría nuevos crímenes aunque fuese a costa de su alma. Fue sólo un instante fugaz.
A los dos meses Juan volvió al confesionario, y el sacerdote, sin remordimientos pero con el alma a salvo, volvió a darle el perdón divino. Al salir de la iglesia Juan vió pasar una chica que le llamó la atención.
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