Hoy es un día triste. Hace tres de días escribía sobre la pena de muerte, sobre lo injusto e inútil que resulta acabar con la vida de otra persona. Hace apenas unas horas Troy Davis ha sido ejecutado en el estado de Georgia, Estados Unidos. Poca importa la debilidad de las pruebas, era negro y pobre, como la mayoría de los ejecutados. Pero tampoco el color de la piel o el estatus social deben importarnos, porque la pena de muerte sigue siendo igual de injusta, sea quien sea el reo.
Pero es que además no podemos olvidar el tormento que supone que una persona esté, como Troy, veinte años esperando la muerte, sin saber si el día siguiente será el último o no. Esto debería ser calificado como tortura (sin comillas) y estar perseguido como tal. Posiblemente la pena de muerte tenga una dosis mayor de injusticia y el corredor de la muerte más de crueldad. ¿Qué más se puede pedir para acabar con alguien?
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