De vez en cuanto, para no perder el norte y saber que en este mundo
cabemos más de los que el sentido común podría
imaginar, ojeo por internet algunos periódicos, entre los que está el
órgano de difusión de la denominada “derecha alternativa” o, en palabras
llanas, la extrema derecha de toda la vida. Es un vicio que no puedo controlar
y que me provoca algunas desagradables resacas por la ingesta de noticias y
artículos que nunca debería leer, como el de hace unos días, firmado por el
ecuánime Juan E. Pflüger, bajo el título “La Memoria Histórica protege las
calles dedicadas a criminales de izquierda”. Nada especial, ya sabemos que la
tinta que impregna las galeradas de este panfleto está al servicio del rencor, el odio, la
mentira y el legado franquista, aunque en este caso me ha tocado un poco el
ánimo porque entre los “criminales” que cita está gente a la que admiro, como
las Brigadas internacionales (“venidos a España para asesinar a españoles”),
Largo Caballero (“el Lenin español”), las Trece Rosas (a las que acusa de
pertenecer –algunas- a las Juventudes Socialistas Unificadas –tremendo delito-)
o a Rafael Alberti (por ser el culpable de señalar a los intelectuales que
había que depurar).
Pero nada de rencor, hoy es el Día Mundial de la Poesía y quiero
dedicar este post a nuestro ilustre Juan E. Pflüguer, azote de emigrantes, rojos, homosexuales, feministas, vascoparlantes y demás gente de mal vivir, con
un poema de Rafael Alberti incluido en su obra “De un momento a otro. Poesía e
historia”, escrito entre 1934 y 1939. (Pflüguer, dos en uno, las Brigadas Internacionales y Alberti, menudo regalazo. Me hubiese gustado incluir otro poema, pero no me he podido resistir. Feliz día de la poesía)
A las Brigadas
Internacionales
Venís desde
muy lejos… mas esta lejanía
¿qué es para
vuestra sangre, que canta sin fronteras?
La necesaria
muerte os nombra cada día,
no importa
en qué ciudades, campos o carreteras.
De este
país, del otro, del grande, del pequeño,
del que
apenas si al mapa da un color desvaído,
con las
mismas raíces que tiene un mismo sueño,
sencillamente
anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera
el color de los muros
que vuestro
infranqueable compromiso amuralla.
La tierra
que os entierra la defendéis, seguros,
a tiros con
la muerte vestida en la batalla.
Quedad, que
así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas
partículas de la luz que reanima
un solo
sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos!
Madrid con
vuestro nombre se agranda y se ilumina.
Rafael
Alberti