Este es uno de los lemas
más coreados estos días en la Puerta del Sol de Madrid y en tantas
otras plazas de España. Lo raro es que a nadie le llama la atención
la frase y sólo a los más sensibles parece incluso que les cabrea.
Pero no debería tomarse esta frase como una más, producto de la
gracia de los manifestantes o del ingenio o aburrimiento de gente
ociosa, esta frase encierra mucha verdad y dice lo que mucha gente
piensa. La sensación de que la sociedad cada vez cuenta menos, de
que en nombre de la democracia somos vilmente utilizados, de que las
urnas no sirven para casi nada, es algo que se va instalando en
nuestras mente, de forma peligrosa, como parte de nuestro ADN
Según la Real Academia
Española de la Lengua, la palabra democracia tiene dos acepciones:
1.- Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en
el gobierno; 2.- Predominio del pueblo en el gobierno político de un
Estado. La cuestión es saber cómo se ejerce esa intervención o
predominio. Para algunos, nuestros dirigentes y los que dirigen a
nuestros dirigentes, la cuestión está clara: la democracia se
ejerce votando, residiendo el poder desde ese mismo instante en los
“elegidos”, sin que ya quede más posibilidad que el pataleo. A
partir de aquí, desde el mismo instante de la votación, ya no
importa si los elegidos mienten, engañan, roban, se suben el sueldo,
tergiversan los datos y la información, o nos venden al mejor
postor, porque desde ese mismo instante se consideran legitimados
para jugar con nuestras vidas como si fuesen las suyas propias, sin
que nos den más opción que la de la crítica “dentro de las
normas” que ellos mismos imponen para impedir que nada cambie.
Según otros, la
democracia exige algo más, exige, como primera premisa, creer en
ella para poder participar de sus beneficios. Exige poner los medios
adecuados para que una vez emitido el voto el pueblo pueda seguir
ejerciendo su derecho, exige poder ser oído y atendido, exige dictar
leyes que permitan dormir tranquila a la gente de bien y que cuando
alguien meta la mano en la caja ajena sepa que se quedará sin ella;
exige que los políticos no blinden sus
prebendas-pensiones-privilegios a costa del sacrificio de los que
consideran sus lacayos; exige que los “elegidos” estén al
servicio de la ciudadanía y no de sus propios intereses o de los
intereses de un partido que, si se portan bien, les puede garantizar
un puesto vitalicio y la gloria eterna.
La democracia es algo
más, es saber que los políticos no desprecian a los votantes con
sus acciones, comentarios o silencios. Porque democracia también es
aclarar cómo es posible que alguien, aunque sea la hija de un rey,
no se entere de los cientos de miles de euros que gana su marido y
que ella disfruta sin preguntar por su origen; democracia es poner de
forma inmediata de patitas en la calle a una persona, por muy
presidente del Tribunal Supremo que sea, por decir que los viajes
privados pagados presuntamente con fondos públicos son unas
cantidades irrisorias; democracia es no permitir que se nombre a una
ministra, se llame Mato o como sea, después de reconocer que no
sabía cómo se había financiado el Jaguar que conducía su marido;
democracia es quitar el acta de diputado a un personaje que no
aparece por su escaño y que cobra todos los meses estafando a quien "le" votó; democracia es no
permitir, ¡que casualidad!, que la mayoría de los delitos por los
que están imputados los políticos prescriban misteriosamente; democracia es buscar el equilibrio entre lo legal y lo justo, porque es legal que un político ostente cuatro cargos, pero no es justo, porque es legal que un político esté en lo público toda la vida, pero no es justo, porque es legal aunque no es justo que se detenga a una persona que se manifiesta por sus derechos y no al que arruina un banco; y democracia también es
escuchar a los necesitados de tu barrio antes que a los millonarios
del barrio de al lado, hablen alemán, francés o sueco. Todos estos detalles, junto a otros muchos,
son los que dan sentido a la democracia, y su ausencia la que la puede hacer peligrar, porque, como se dice en Derecho, “Las cosas son lo que son, y no lo que las partes dicen que son”.
Puede que negar la
condición de democrático a nuestro sistema sea algo exagerado, pero
si seguimos negando la realidad y no viendo ese “algo más” que
la sociedad reclama, nunca tendremos una democracia completa. El
problema es que los que tendrían que completar el sistema están tan
embelesados mirándose el ombligo que no escuchan no ven y no oyen
más que a sus propios amos.
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