Lo que está pasando en
el Vaticano es lo más divertido desde que Aznar empezó a hablar
tejano con su “Hemos dedicado tiempo ayer por la noche y esta
mañana...” (a joder el mundo, añadiría yo). Un mayordomo, un
Papa, obispos, cardenales y otras especies raras vestidas con faldas
pero muy bien asentadas en sus lujosos nidos, conspirando no se sabe
contra quien y filtrando documentos a la prensa. Esto es una película
en toda regla.
Para empezar tengo que
decir que no me importa el final de esta historia siempre que el
mayordomo no cargue con la culpa. Una persona que se levanta no más
tarde de las cinco de la mañana para despertar a su jefe, que
desayuna con él, que ríe si su jefe tiene el día cachondo, que
llora si a su jefe la duele la muela, que come con él, que le
levanta la sotana o se la baja si se tiene que cambiar de ropa, que
se acuesta a su vera en la siesta por si su jefe tose,... y así
hasta que por fin el jefe se acuesta y él, pobre mayordomo, tiene
que irse a su casa en busca de la paz que no encuentra al lado del
mismísimo Santo Padre, que ya tiene guasa la cosa. Con este ritmo de
vida, creo que lo que procede es hacer las pruebas de ADN a sus hijos
(del mayordomo, no del Papa) porque incluso en el Vaticano los
milagros son harto difíciles y tal vez podamos añadir un poco más
de suspense a la historia. No sé las horas que acumula trabajando
este hombre, ni cuánto cobra, pero se merece toda mi indulgencia:
ego te absolvo a peccatis tuis.
Bueno, para no
enrollarme, la cuestión es que el mayordomo, a las órdenes de algún
sotanero (de sotana, no de sótano) entre paseo y paseo de su líder
espiritual se quedaba con documentos que luego iban apareciendo en la
prensa. Ahora, al descubrirse la historia, se ha puesto en evidencia
lo que algunos sospechaban y otros sabían: que esos sotaneros, entre
rezo y rezo, pueden llegar a ser y son tan miserables como cualquier
otro mortal y no pierden el tiempo, como buitres ante el moribundo, revoloteando y tomando posiciones para cuando llegue el feliz (para
ellos) desenlace. Al parecer el Vaticano es un hervidero de intrigas
y cónclaves para decidir quién será el nuevo Papa, y lo peor es
que, como en casi todas las familias, hay rencillas y todos quieren
barrer para casa. Estos aristócratas de la religión no
aprenden, llevan tanto tiempo viviendo por y para la conspiración y
alejados de la realidad terrenal que no saben vivir de otra
manera. Esta es la prueba más palpable de que Dios no existe, sus
servidores.
Juan Pablo II dijo que el
infierno no existía, que era sólo un estado mental, y Benedicto
XVI, sospechando que los buitres ya le rondaban y posiblemente para
disuadirlos, afirmó lo contrario, que sí, que el infierno existe.
En mi caso, aunque mis creencias van por otros derroteros, por si
acaso, empezaré a portarme bien para no encontrarme a nadie de esta
especie en la “casa de Satanás”.
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