Juan llevaba varios meses obsesionado con una joven de su barrio, y aunque era muy discreto siempre que podía la vigilaba. Conocía sus costumbres y sabía quienes eran sus amigos, su familia, incluso su novio, un chaval al que, como a la chica, todos apreciaban en su entorno. Sabía tanto de ella que podía adivinar dónde y con quién podía estar en cada momento del día.
Con la información que de forma tan metódica fue recopilando ya tenía todo lo necesario para llevar a cabo su objetivo. Era un martes de invierno cuando decidió que por fin iba a conseguir su trofeo, lo que llevaba tanto tiempo anhelando. El día siguiente sería el día. Se levanto como siempre, y a la hora prevista salió de su casa pensando en los detalles y en que si no perdía los nervios nada podía fallar. No perdió los nervios y nunca podrían relacionarle con el suceso. Jamás respondería ante la justicia humana.