viernes, 1 de septiembre de 2017

El invierno sí me mata

Al igual que ha ido sucediendo con los grandes imperios, todo tiene su fin. En nuestra adolescencia pensamos que nacemos para llevarnos "la vida por delante”, como decía el poeta. Todo lo que nos propongamos lo podremos conseguir, pensamos, sin miedo a ese futuro que el tiempo se encarga de ir estrechando de manera inexorable. En algunos momentos de euforia, algo muy habitual en la juventud, llegamos a pensar que seremos eternos, que no hay nada que no podamos alcanzar, si no es hoy será mañana. Pero no, solo somos usufructuarios de un tiempo que recibimos prestado, ni siquiera es nuestro porque no podemos disponer de él, ni siquiera para decidir cuándo o cómo termina. El destino nos priva de saber cuándo y las leyes nos privan de decidir cómo. Somos finitos y no somos conscientes de ello hasta que vemos la mochila llena de todo lo que hemos dejado sin hacer y, ahora sí, somos conscientes de que ya no haremos. Es entonces cuando un escalofrío se apodera de nosotros.

Como con la vida, me ocurre con el verano, pero multiplicado por los años que acumulo. Cada año, cuando el calor empieza a abrirse paso y me voy despojando de ropa (hasta donde el decoro aconseja para salir a la calle), noto que mi sonrisa empieza a florecer. Los días son más largos, las calles se llenan de gente, hay quien piensa en las vacaciones y otros hasta las disfrutan. Y pensamos en lo que haremos a partir de septiembre, un mes que queda tan lejano como el fin de la galaxia y que, por eso, porque pensamos que no llegará, nos permitimos el lujo de proyectar para entonces hazañas imposibles. Luego pasan los días, con agosto van menguando las horas de luz y, sin saber cómo, nos vemos en septiembre, de vuelta a la rutina y, lo que para mí es peor, pensando en el largo invierno. Es entonces cuando paso del simple escalofrío anterior al frío intenso. Es como morir un poco cada año. 

¡Helio, hijo de Hiperión y Tea, no nos abandones, conduce tu carro de fuego sin descanso, dándonos calor y alegría. Y no permitas que Bóreas, con su frío viento, nos sumerja en el largo invierno que se avecina!
 

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