La holgazanería, por lo general, es una característica que tiene muy mala prensa. No conozco a nadie, por muy sincero que sea,
que en una entrevista de trabajo se declare holgazán, ni siquiera un poco holgazán.
Siempre queremos pasar por muy activos, dinámicos, proactivos, dispuestos a
trabajar hasta los fines de semana si es necesario, aunque en el fondo todos
llevamos un perezoso dentro. Yo me reivindico como holgazán y reivindico la
holgazanería para todos, sin distinción de sexo, condición o clase.
¿Pero cómo reconocerse como holgazán, remolón, vago,...? A mí me bastan tres simples preguntas:
¿Te gusta madrugar? No, ni para ir a recoger billetes de cincuenta. Odio madrugar, sufro cada día cuando me levanto, a pesar de que no madrugo.
¿Te gusta trabajar? No. De hecho creo que el trabajo solo le gusta a
los futbolistas y a algunos arquitectos. Hay otra gente que disfruta con el
trabajo, sí, pero de enfermedades no sé y no quiero hablar.
¿En casa eres un manitas? ¡Qué, manitas! Debería estar prohibido
vender herramientas, solo sirven para distanciar a las parejas. Quién no ha
tenido la sensación de fracaso cuando tu pareja te pide que arregles algo y no
lo consigues; o al revés, la sensación de que tu pareja no cumple como es
debido porque siempre deja los trabajos a medias. No, no soy un manitas.
Prefiero no empezar las cosas antes de que me digan que no doy la talla.
Cualquier lector avispado, ante la encuesta que me he realizado a mí
mismo, podrá confirmar que soy un tremendo
holgazán, aunque la realidad es que solo soy alguien que ha visto la luz y
espera vivir algún día en la paz del sofá y la manta. Mientras tanto, aunque no
me guste trabajar, tendré que seguir trabajando, aunque no me guste madrugar,
lo seguiré haciendo, aunque poco, y aunque no me gusten las chapuzas en casa,
no permitiré que nadie piense no doy la talla. Soy holgazán de vocación,
pero no me dejan ejercer.
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