jueves, 27 de septiembre de 2012

Políticos contra la política

Una de las consecuencias de esta crisis es sin duda la desconfianza que la gente de a pie tiene sobre la clase política en general. Hay políticos que, aunque tarde, empiezan a darse cuenta de la enorme brecha que se está abriendo entre ellos y sus electores; y hay electores que piensan que nuestros actuales representantes ya no les representan. No hay que ser un lince para darse cuenta de esto, sólo hay que ir a cualquier manifestación o escuchar cualquier conversación para saber cómo está el patio; da lo mismo si se trata de personas de bien, las que no se manifiestan, o de manifestantes, todos echan pestes de nuestros políticos, ya sean del gobierno o de la oposición.

Yo, como no podía ser de otra manera, no voy a contradecir a mis conciudadanos y pienso que la inmensa mayoría de los que sientan sus posaderas en el Congreso de los Diputados, incluyendo especialmente a nuestro actual Gobierno, no están capacitados para desempeñar el cargo que se les ha encomendado, es un cargo que les viene excesivamente grande. La crisis pasará, sí, pero como pasan las tormentas, sin su intervención, por desgaste, por aburrimiento o porque ya no haya más que destruir.

Pero lo anterior no debería confundirnos y llevarnos a la falsa idea de que los políticos no sirven para nada; no deberíamos pensar que la ineptitud de los actuales los hacen equiparables a los demás, tanto a sus antecesores como a los que les sucederán. Hemos tenido la mala suerte de coincidir en el tiempo con la peor generación de políticos de nuestra historia. No es que haya coincidido una mala camada de políticos con una de las peores crisis que se recuerdan, es que la ineptitud de éstos es la que ha provocado el desastre; sin ellos, los actuales y los anteriores, con otros al frente de las instituciones, esta crisis no habría pasado de una tormenta pasajera. Y no deberíamos caer en la tentación de pensar que los “técnicos” lo hacen mejor, porque los técnicos cuando suman dos y dos casi siempre les da cuatro, sin pensar en la educación o en la enseñanza o en el futuro, lo que les acerca a la robótica pero les aleja de las personas, algo parecido a lo que tenemos ahora, que tienen que llegar a cuatro aunque para eso acaben con la ilusión de media España.

Estamos cayendo en la trampa de pensar que la política no sirve para nada y que si se marchan los políticos todo se solucionará. No, esto no es así, de hecho es la idea que se inculcó durante la dictadura y entonces no se estaba mejor. La política es necesaria, es la que nos puede salvar, es la que decide dónde se ponen más o menos recursos en función de las necesidades del país, la política es la que se preocupa del ciudadano, y ningún técnico lo hará mejor salvo para cuadrar las cuentas.

La cuestión es que para hacer política tiene que haber buenos políticos, y el déficit que tenemos en esta materia se hace más patente cuando los propios destinatarios de la ira de los ciudadanos no se dan cuenta de que lo que se reclama no es la desaparición de una clase, sino que se vayan los que están, que aparezcan nuevas caras, nuevas ideas, nuevas ilusiones; que los partidos hegemónicos dejen de blindarse, de blindar a sus lacayos, de proteger a “sus” instituciones; que la democracia y la constitución dejen de ser interpretadas de forma torticera para el beneficio de unos pocos y el mantenimiento de un status quo que está agotado y que ya asquea.

Esto es lo que pide la gente. Sencillo de entender, aunque difícil de llevar a cabo por quien tiene que renunciar a tantos privilegios acumulados a lo largo de los años.

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