Una de las consecuencias
de esta crisis es sin duda la desconfianza que la gente de a pie
tiene sobre la clase política en general. Hay políticos que, aunque
tarde, empiezan a darse cuenta de la enorme brecha que se está
abriendo entre ellos y sus electores; y hay electores que piensan que
nuestros actuales representantes ya no les representan. No hay que
ser un lince para darse cuenta de esto, sólo hay que ir a cualquier
manifestación o escuchar cualquier conversación para saber cómo
está el patio; da lo mismo si se trata de personas de bien, las que
no se manifiestan, o de manifestantes, todos echan pestes de nuestros
políticos, ya sean del gobierno o de la oposición.
Yo, como no podía ser de
otra manera, no voy a contradecir a mis conciudadanos y pienso que la
inmensa mayoría de los que sientan sus posaderas en el Congreso de
los Diputados, incluyendo especialmente a nuestro actual Gobierno, no
están capacitados para desempeñar el cargo que se les ha
encomendado, es un cargo que les viene excesivamente grande. La
crisis pasará, sí, pero como pasan las tormentas, sin su
intervención, por desgaste, por aburrimiento o porque ya no haya más
que destruir.
Pero lo anterior no
debería confundirnos y llevarnos a la falsa idea de que los
políticos no sirven para nada; no deberíamos pensar que la
ineptitud de los actuales los hacen equiparables a los demás, tanto
a sus antecesores como a los que les sucederán. Hemos tenido la mala
suerte de coincidir en el tiempo con la peor generación de políticos
de nuestra historia. No es que haya coincidido una mala camada de
políticos con una de las peores crisis que se recuerdan, es que la
ineptitud de éstos es la que ha provocado el desastre; sin ellos,
los actuales y los anteriores, con otros al frente de las
instituciones, esta crisis no habría pasado de una tormenta
pasajera. Y no deberíamos caer en la tentación de pensar que los
“técnicos” lo hacen mejor, porque los técnicos cuando suman dos
y dos casi siempre les da cuatro, sin pensar en la educación o en la
enseñanza o en el futuro, lo que les acerca a la robótica pero les
aleja de las personas, algo parecido a lo que tenemos ahora, que
tienen que llegar a cuatro aunque para eso acaben con la ilusión de
media España.
Estamos cayendo en la
trampa de pensar que la política no sirve para nada y que si se
marchan los políticos todo se solucionará. No, esto no es así, de
hecho es la idea que se inculcó durante la dictadura y entonces no
se estaba mejor. La política es necesaria, es la que nos puede
salvar, es la que decide dónde se ponen más o menos recursos en
función de las necesidades del país, la política es la que se
preocupa del ciudadano, y ningún técnico lo hará mejor salvo para
cuadrar las cuentas.
La cuestión es que para
hacer política tiene que haber buenos políticos, y el déficit que
tenemos en esta materia se hace más patente cuando los propios
destinatarios de la ira de los ciudadanos no se dan cuenta de que lo
que se reclama no es la desaparición de una clase, sino que se vayan
los que están, que aparezcan nuevas caras, nuevas ideas, nuevas
ilusiones; que los partidos hegemónicos dejen de blindarse, de
blindar a sus lacayos, de proteger a “sus” instituciones; que la
democracia y la constitución dejen de ser interpretadas de forma
torticera para el beneficio de unos pocos y el mantenimiento de un
status quo que está agotado y que ya asquea.
Esto es lo que pide la
gente. Sencillo de entender, aunque difícil de llevar a cabo por quien tiene que renunciar a tantos privilegios acumulados a lo largo de los años.
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