miércoles, 12 de octubre de 2011

Vuelta a casa

Hoy he visto en televisión a los padres de Gilad Shalit, el soldado israelí en manos de Hamás desde 2006. Se les veía radiantes, felices, felicidad que comparto con ellos. La liberación de cualquier preso en su situación es un motivo de alegría, sea del país que sea porque, por lo general, los soldados son siempre las primeras víctimas de la paranoia de sus gobernantes y poca culpa pueden tener de lo que hacen. Y a cambio de Gilad Shalit el gobierno israelí va a liberar a más de mil prisioneros palestinos. La diferencia puede resultar escandalosa, pero es que no es más que el reflejo de la enorme desigualdad entre una parte y otra. O casi el reflejo, porque mientras Hamás sólo tiene a un prisionero, Israel, con sus cárceles secretas no podría cuantificar, al menos oficialmente, los palestinos que tiene en su poder.

Pero hoy no toca lamentarse por la situación. Que el ejército de Israel sea uno de los más poderosos el mundo y esté enfrentado a uno de los pueblos más pobres no debe impedir la alegría de que un soldado pueda ser liberado. Del resto, de lo más de mil palestinos que saldrán a la calle, nadie se acordará, ni saldrán en los periódicos; ni falta que hace. La verdadera fiesta, más allá de la propaganda que cada parte quiera o pueda hacer, estará en las casas de los liberados, donde sus familiar si que los estarán esperando con los brazos abiertos.

A Gilad, al resto de liberados y a las familias de todos, muchas felicidades. Hoy, aunque todavía no se haya confirmado la liberación, es un gran día. Siempre hay un motivo para la esperanza.

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