Siempre he
oído que cuando uno se toma dos copas de más corre el riesgo de actuar como un patoso. Pero mi
experiencia, escasa, me dice que no, que nadie se “vuelve” nada que no sea en estado
sobrio: el patoso, con dos copas, es más patoso, el moñas es más moñas, el
melancólico lo será más, y el machista encontrará el momento ideal de contar
esos chistes que a él tanto le gustan. No hay conversión, solo un aumento
de su propia personalidad, una especie de caricatura de sí mismo.
Eso es lo
que nos está ocurriendo con Cataluña, que nos hemos emborrachado con tanto
entusiasmo o rabia, según el afectado, y hemos salido corriendo del armario
para mostrarnos a cuerpo descubierto. Los berzas, los intolerantes, los
unionistas, los oportunistas, los demócratas, los radicales, los pacifistas,
los de la porra fácil, los del discurso hueco, los que quieren pasar a la
historia sin merecerlo o los que pasarán sin pretenderlo, todos, con dos copas
o sin ellas son así, lo que pasa es que, si nos embriagamos, nuestro yo oculto
se agiganta, incluso nuestro yo más profundo, ese que no se atreve a salir salvo
en casos muy especiales o, más aún, el que está oculto y no sabemos de su
existencia. Por eso estos días, además de la incompetencia del presidente y del president, entre otros, estamos viendo tanto y de todo, desde los de “a
por ellos” o los de “que nos dejen actuar” o los “que se vayan”, hasta los que
nos dan lecciones de sabiduría, sensibilidad y ganas de aportar soluciones entre tanto humo.
Tal vez,
cuando todo esto haya pasado, y espero que sea pronto y con una resaca
soportable, todos deberíamos reflexionar sobre nuestro comportamiento y sobre
el papel que cada uno hemos jugado en estos momentos tan delicados. Da lo mismo si hemos agitado, moderado o nos hemos quedado
al margen, seguro que hemos hecho lo que creíamos que era lo mejor, aunque deberíamos saber que, a veces, algunas o muchas veces, no siempre acertamos ni con nuestro diagnóstico ni con nuestro comportamiento. Seguro que en más de una ocasión alimentamos nuestro ego más de lo prudente
haciéndonos creer que somos la medida de todo y que nuestra postura es la única
correcta, sin pensar que el otro, el cuñado, el amigo, el vecino, también pueden
tener su parte de razón; es cuestión de escuchar y de confrontar ideas. Cuando era
más joven pensaba que los que no opinaban como yo estaban equivocados y que era
cuestión de tiempo que se dieran cuenta. Ahora, con el paso del tiempo y de votar
a quien nunca gana he aprendido, sin cambiar de ideas, que no están equivocados, simplemente que no piensan
como yo -aunque a veces me cueste reconocerlo y, animado por los efluvios etílicos, saque mi caricatura a pasear en algunas discusiones-.
(Por cierto, si me aplico mi propio discurso, tal vez no tenga razón en nada de lo que digo, ni siquiera en eso de que los demás no están equivocados. Tendré que meditarlo tras la resaca.)
(Por cierto, si me aplico mi propio discurso, tal vez no tenga razón en nada de lo que digo, ni siquiera en eso de que los demás no están equivocados. Tendré que meditarlo tras la resaca.)
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