Después de
mucho tiempo avisando de que se iba a echar al monte, Puigdemont dio el paso
definitivo y allá que se fue con sus huestes. Eso sí, fue y volvió en cuestión de
segundos. Seguramente se dio cuenta de que en el monte hace mucho frío y que no
iba a tener el calor de todos los que creía. Y es que en sus sueños, al final
del camino, siempre aparecía un paraíso en el que las estatuas con su busto se
repetían en todas las plazas; y nunca, ni en sus peores pesadillas, imaginaba
un final tal lamentable para él y para el independentismo.
Oficialmente, quien tenía que declarar la independencia, el Parlamento catalán, no lo hizo, y él, el president, tampoco se atrevió a dar el paso. Posiblemente el esperpento con el que terminó el día 10, con una declaración tan ambigua como absurda, haya sido lo mejor de la historia, permitiendo abrir una ventana a la esperanza en la que la palabra puede ser la protagonista. Ahora solo falta saber cómo reaccionará el resto de actores. Pedro Sánchez se mueve en tierras movedizas, con sus varones que siguen cuestionándole todo y que no terminan de entender lo de la España plurinacional. El ala derecha del PP, Albert Rivera, debería dejar de echar leña al fuego pidiendo constantemente el 155 y ayudar, con su silencio, a solucionar esta crisis. En el caso de Rajoy, bastaría con salir de La Moncloa para intentar acercarse a Cataluña; no sería necesario que llegara a Zaragoza, la mitad del camino, pero sí al menos hasta Guadalajara; sería un buen gesto que muchos catalanes agradecerían. El problema es que todos, salvo Pedro Sánchez, que sigue intentando aterrizar en su partido aunque no le dejan pista libre, están mirando por el rabillo del ojo a su electorado, y eso condiciona mucho sus actuaciones, al menos en público.
Oficialmente, quien tenía que declarar la independencia, el Parlamento catalán, no lo hizo, y él, el president, tampoco se atrevió a dar el paso. Posiblemente el esperpento con el que terminó el día 10, con una declaración tan ambigua como absurda, haya sido lo mejor de la historia, permitiendo abrir una ventana a la esperanza en la que la palabra puede ser la protagonista. Ahora solo falta saber cómo reaccionará el resto de actores. Pedro Sánchez se mueve en tierras movedizas, con sus varones que siguen cuestionándole todo y que no terminan de entender lo de la España plurinacional. El ala derecha del PP, Albert Rivera, debería dejar de echar leña al fuego pidiendo constantemente el 155 y ayudar, con su silencio, a solucionar esta crisis. En el caso de Rajoy, bastaría con salir de La Moncloa para intentar acercarse a Cataluña; no sería necesario que llegara a Zaragoza, la mitad del camino, pero sí al menos hasta Guadalajara; sería un buen gesto que muchos catalanes agradecerían. El problema es que todos, salvo Pedro Sánchez, que sigue intentando aterrizar en su partido aunque no le dejan pista libre, están mirando por el rabillo del ojo a su electorado, y eso condiciona mucho sus actuaciones, al menos en público.
Puigdemont,
hoy, está herido políticamente y a punto de ser un personaje del pasado. Pero que
nadie caiga en el error de querer rematarlo o humillarlo. Sería un error imperdonable
porque muchos lo considerarían un ataque a Cataluña, lo que podría convertirse en un boomerang con imprevisibles consecuencias. En democracia, al enemigo hay que convencerlo para
atraerlo a nuestras posiciones, no hay que despreciarlo ni vencerlo ni
humillarlo en otro sitio que no sean las urnas. Una parte del independentismo,
cuando tenía que echarse al monte, ha sentido el frío que puede llegar a hacer
allí arriba y ha reculado. No seamos tan estúpidos de empujarlos nosotros,
porque ya no tendrán nada que perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario