Esta historia podría ser una metáfora de Europa. Los más pobres son a la vez los más generosos. Mientras los gobiernos de la Unión Europea discuten sobre qué hacer con los que llaman a sus puerta, a las costas griegas sigue llegando gente de toda clase y condición, huyendo de las miserias y de las guerras que nuestros no muy antiguos amigos financian, provocan, mantienen o justifican, y que los refugiados, gane quien gane, han perdido de antemano; y allí, en esas fronteras pobres, gente pobre espera, como Filemón y Baucis, dispuestos a prestarles ayuda o darles un trozo de pan o una manta o simplemente estar a su lado. Igual que hacían algunas buenas personas con los españoles a los que me refería en mi último post del 14 de junio de 2014.
La historia se repite y, como ocurrió con los nuestros, los que hoy huyen de la miseria y la guerra en busca de consuelo, son recibidos con desprecio y alambres; aunque algunas veces, pocas, tienen la suerte de caer en una casa pobre y son recibidos como seres humanos, con dignidad, sin que nadie les pregunte de dónde vienen o a dónde van. Y mientras esto ocurre, dentro de nuestras confortables atalayas, la diosa Abundancia sigue reforzando nuestras falsas creencias de que si seguimos por este camino un día podremos sustituir a Ganímedes como coperos del todopoderoso y tener el privilegio de estar a su altura.
(Hoy se han reunido en Bruselas los guardianes de la doctrina europea, y lo han hecho, una vez más, para enterrar más hondo si cabe la vieja Europa de los derechos y de la solidaridad con la creación de una policía de fronteras. ¡Qué pena y qué vergüenza! El próximo día 20 hay elecciones, ¡qué gran oportunidad!)
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