En estas
fechas en las que los excesos y la religión forman parte de nuestra rutina,
puede ser oportuno recordar a un personaje que tuvo la virtud de conjugar placer, moderación y, pese a la época, cierto escepticismo
religioso. Hablamos de Epicuro, filósofo griego del s. IV antes de la era cristiana,
al que algunos le atribuyen la creación del pensamiento hedonista (“doctrina
del placer”, más o menos).
Su filosofía
no era teórica, sino práctica. Creó la escuela llamada “El Jardín”, en la que
se admitía a mujeres y a personas sin recursos, incluso a esclavos, algo que sorprendió
a sus vecinos y por lo que sufrió no pocas críticas. Y para dar ejemplo, allí
mismo se retiró con sus amigos, con los que vivió y discutió hasta su muerte.
Para Epicuro
la auténtica finalidad del hombre está en alcanzar la felicidad (“el placer es el principio y fin de una vida
feliz”), suprimiendo todo lo que se oponga a ella, como el dolor. Sin
embargo, no hay que pensar que esto implica una vida desordenada y llena de
excesos, al contrario, se trata de llevar una vida moderada, en la que el
espíritu y el cuerpo convivan en armonía (“Debemos
renunciar a muchos placeres cuando de ellos se sigue un trastorno mayor"). Para entendernos y como ejemplo, podríamos
decir que el vino es un gran alimento, su ingesta moderada es placentera; sin
embargo, el exceso de vino puede producir resaca y dolor de cabeza, lo que no
nos producirá ninguna sensación de placer y, por lo tanto, este exceso es
rechazado por el epicureismo.
Para aclarar
lo anterior, Epicuro, que era muy humano y entendía los deseos de las personas, clasificaba
éstos en:
Deseos naturales y necesarios. Son los que hay
que saciar, como el comer o beber, porque
en caso contrario provocan dolor o malestar. Ojo, comer y beber para saciar el apetito y para disfrutar, que una cosa no está reñida con la otra.
Deseos naturales y no necesarios. Estos son los que hay
que limitar, como los excesos en la comida o en la bebida. Atracones, los
justos. Aquí, algunos autores incluyen el sexo, pero creo que encaja mejor en
el apartado anterior; es cuestión de gustos.
Deseos no naturales ni necesarios. Como los
honores o la fama, muy humanos pero que no ayudan a encontrar la felicidad,
aunque a la vista de cómo evoluciona el género humano, este punto, de vivir Epicuro,
lo tendría que revisar. Son como "el lado oscuro" de los deseos; hay quien se pasa media vida persiguiéndolos y, el que tiene la "suerte" de conseguirlos, la otra media arrepintiéndose.
Otro aspecto
importante para alcanzar el objetivo de la felicidad es la lucha contra los
miedos que nos atenazan. Para nuestro filosofo hay cuatro miedos que hay que
combatir:
El miedo al dolor. Si es un dolor leve, será
llevadero; si es un dolor fuerte, será corto o nos llevará a la muerte, con lo que el dolor desaparecerá.
El miedo a la muerte. “La muerte no es nada para nosotros. Cuando se presenta, nosotros ya no
somos”. Además, para Epicuro, materialista de pro, incluso el alma estaba
formada por átomos, por lo que con la muerte del cuerpo moría el alma y no iba a ningún sitio. Después de la
muerte, nada. Esto ayuda a perderle el miedo
El miedo al fracaso. No podemos dejar que
nuestra felicidad dependa de la opinión de terceros. Si nos dejamos influenciar por el qué dirán, malo; si pensamos en que nuestros proyectos fracasarán, malo. El miedo al fracaso nos limita, nos condiciona y en muchos casos nos paraliza. Somos mucho más que nuestros éxitos y estamos por encima de nuestros fracasos.
El miedo a los dioses. Su relación con los
dioses fue algo distante: “tal vez los haya, ni lo afirmo ni
lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque eso me
lo enseña diariamente la vida que, si existiesen, ni se ocupan ni se preocupan
de nosotros”. No es que fuese ateo, como
algunos le han calificado, sino que consideraba que los dioses estaban en
asuntos más elevados y que no podían perder el tiempo con los pobres humanos, e incluso podríamos ofenderlos
con las ofrendas que, por muy valiosas que fuesen, serían ridículas para ellos.
Por último, conviene hacer una mención especial a los amigos, que Epicuro cultivaba con mimo. Tanto es así que, como decíamos al principio, en El Jardín se fue a vivir con ellos, formando parte importante de ese hedonismo que practicaba.
Resumiendo: menos miedos, más amigos, alguna que otra alegría y cuidado con los excesos. Sobre los dioses, olvidémoslos porque van a su bola. Una receta fácil que solo hay que cocinar adecuadamente.
(A mi familia y a mis amigos y a mis dioses, todos humanos)
JMR
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