lunes, 16 de junio de 2014

Agradecidos

Estos días se han cumplido setenta y cinco años de la llegada del primer barco cargado con exiliados españoles a Méjico. Al “Sinaia” le siguieron otros muchos, barcos grandes y pequeños, que fueron sembrando medio mundo de españoles, de gente que tuvo que salir de su país por defenderla. La cara de esta historia la tenemos en el general Cárdenas, presidente de Méjico, al que nunca podremos agradecer todo lo que hizo acogiendo con los brazos abiertos a los republicanos que llegaron a sus costas. La cruz fue Francia, que trató a sus vecinos como escoria a la que hacinó en campos de concentración y de la que luego se aprovechó para liberar a su país de Hitler.

Con esta noticia me acuerdo de todos esos inmigrantes, sin papeles los llamamos, que salen de su tierra huyendo de la guerra o simplemente buscando una oportunidad para sobrevivir. Lástima que tengamos una memoria tan frágil. Lástima que no haya más presidentes cómo Cárdenas que antepongan la dignidad de las personas a la macroeconomía.

Con esta conmemoración también me acuerdo de algunos pasajes de “Confiero que he vivido”, de Pablo Neruda, cuando habla del “Winipeg”, un barco que compró el gobierno español en el exilio para llevar a españoles a Chile y que solo con la insistencia de Negrín, del poeta y del ministro de Exteriores chileno, al que le costó el puesto, pudo cumplir su misión.

La historia, sobre todo en España, es selectiva y nos empeñamos en no contar lo que no nos gusta, pero en este caso, al menos para ser agradecidos, deberíamos no olvidar.

Cuenta Pablo Neruda en sus memorias que Pedro Garfias, poeta andaluz, estando exiliado en Escocia, cada noche iba a la taberna del pueblo, melancólico, sin hablar con nadie porque no hablaba inglés. Tantas fueron las visitas de Garfias que el dueño de la taberna le invitó una noche a quedarse después de cerrar y luego las demás. Los dos hablaban cada noche, el poeta le contaba cosas de su patria y el tabernero, posiblemente, de cómo le había abandonado su mujer. Con el tiempo Garfias le mencionó esta historia a Neruda y éste le interrogó por el idioma en el que se entendían. Garfias le dijo: “Nunca entendí una palabra, Pablo, pero cuando lo escuchaba tuve siempre la sensación, la certeza de comprenderlo. Y cuando yo hablaba, estaba seguro de que él también me comprendía a mí”. 

A Cárdenas, a Neruda, al ministro chileno, al tabernero, y al resto de buenas personas que tanto hicieron por los nuestros, muchas gracias.


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