Hace unos días se podía
leer en la prensa que algunos centros de enseñanza del Corredor del
Henares se iban a cerrar porque el número de chavales había
disminuido con respecto a años anteriores. Por supuesto, la razón
fundamental, y así se afirmaba, es que no compensa económicamente
mantener abierto un colegio con un nivel de alumnos por debajo de un
determinado ratio.
Bien, en esta ocasión no
voy a hablar sobre esa manía que tienen algunos de medirlo todo por
su rentabilidad económica, algo absurdo en materia educativa, sino
sobre lo que obliga precisamente a cerrar esos centros: el concierto:
el concierto educativo.
Los centros concertados,
centros privados pagados con dinero público, nacieron en la época
de Felipe González porque el número de alumnos que querían acceder
a la educación pública superaba las plazas existentes. Ante esta
situación, el gobierno socialista de entonces, en un alarde de
contradicción ideológica del que son especialistas, prefirió, en
lugar de crear nuevos centros, dar dinero a la escuela privada para
que a cambio acogiera a los chavales excedentes de la pública. Este
es el origen del concierto educativo, tan cercano y tan simple.
Ahora, a nadie le interesa echar la vista atrás y parece que la
elección de centro para sus hijos es un derecho histórico e
inalienable, algo así como el derecho a la vida, cuando ni es un
derecho ni tan siquiera una costumbre histórica. El derecho, el
verdadero derecho que nos están robando, es el derecho a una
educación pública, laica, gratuita y de calidad, donde todos, ricos
y pobres, blancos y negros, chicos y chicas, tengan un hueco para
desarrollarse en libertad. Lo que no es un derecho es que con dinero
público se financien ideologías y/o creencias que, en el mejor de
los casos, se deben de enseñar en casa, el adoctrinamiento no es un
derecho, es una perversión y una forma de coartar esa misma libertad
que los defensores del concierto reclaman. El caso es que las causas
que originaron el concierto ya no existen, ya no hay excedente de
chavales, por lo que el concierto debería ser eliminado.
Pero claro, con lo que no
contaba Felipe González, si es que lo pensó en algún momento, es
que al cederse las competencias en materia educativa a las
Comunidades Autónomas éstas iban a tomar sus propias decisiones. Y
así ha ocurrido con la mayor parte de ellas, que han optado por ir
abandonando la educación pública hasta dejarla agonizante, lo que
ha servido para que en un país donde no va a misa ni el tato, la
mayoría de los padres prefieran llevar a sus hijos a centros
religiosos, que casualmente tienen casi el monopolio de estos lugares
de doctrina. Y ahora, con el ministro del ramo a la cabeza, se quiere
dar un paso más y cambiar la ley para que se pueda subvencionar la
educación segregada (los chicos con los chicos y las chicas con las
chicas), materia en la que el opus tiene casi la exclusiva.
Me río cuando oigo decir
que las ideologías se han terminado. Y me pongo a llorar cuando veo
estas cosas. Los centros públicos, los que puedan sobrevivir,
seguirán agonizando (menos algunos que por razones estratégicas
interesa mantener y promocionar) mientras se inyecta dinero en los
privados para que los padres puedan ir con la cabeza muy alta,
orgullosos, mientras sus hijos son adoctrinados para el futuro.
Derecho a la educación sí, pero que el adoctrinamiento lo paguemos
entre todos me parece de una generosidad excesiva. Y si no, café
para todos: centros católicos, marxistas, ateos, budistas, del Real
Madrid,... y que cada uno elija, pero de verdad. ¡Viva la libertad!.
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