lunes, 26 de noviembre de 2012

Concierto educativo

Hace unos días se podía leer en la prensa que algunos centros de enseñanza del Corredor del Henares se iban a cerrar porque el número de chavales había disminuido con respecto a años anteriores. Por supuesto, la razón fundamental, y así se afirmaba, es que no compensa económicamente mantener abierto un colegio con un nivel de alumnos por debajo de un determinado ratio.

Bien, en esta ocasión no voy a hablar sobre esa manía que tienen algunos de medirlo todo por su rentabilidad económica, algo absurdo en materia educativa, sino sobre lo que obliga precisamente a cerrar esos centros: el concierto: el concierto educativo.

Los centros concertados, centros privados pagados con dinero público, nacieron en la época de Felipe González porque el número de alumnos que querían acceder a la educación pública superaba las plazas existentes. Ante esta situación, el gobierno socialista de entonces, en un alarde de contradicción ideológica del que son especialistas, prefirió, en lugar de crear nuevos centros, dar dinero a la escuela privada para que a cambio acogiera a los chavales excedentes de la pública. Este es el origen del concierto educativo, tan cercano y tan simple. Ahora, a nadie le interesa echar la vista atrás y parece que la elección de centro para sus hijos es un derecho histórico e inalienable, algo así como el derecho a la vida, cuando ni es un derecho ni tan siquiera una costumbre histórica. El derecho, el verdadero derecho que nos están robando, es el derecho a una educación pública, laica, gratuita y de calidad, donde todos, ricos y pobres, blancos y negros, chicos y chicas, tengan un hueco para desarrollarse en libertad. Lo que no es un derecho es que con dinero público se financien ideologías y/o creencias que, en el mejor de los casos, se deben de enseñar en casa, el adoctrinamiento no es un derecho, es una perversión y una forma de coartar esa misma libertad que los defensores del concierto reclaman. El caso es que las causas que originaron el concierto ya no existen, ya no hay excedente de chavales, por lo que el concierto debería ser eliminado.

Pero claro, con lo que no contaba Felipe González, si es que lo pensó en algún momento, es que al cederse las competencias en materia educativa a las Comunidades Autónomas éstas iban a tomar sus propias decisiones. Y así ha ocurrido con la mayor parte de ellas, que han optado por ir abandonando la educación pública hasta dejarla agonizante, lo que ha servido para que en un país donde no va a misa ni el tato, la mayoría de los padres prefieran llevar a sus hijos a centros religiosos, que casualmente tienen casi el monopolio de estos lugares de doctrina. Y ahora, con el ministro del ramo a la cabeza, se quiere dar un paso más y cambiar la ley para que se pueda subvencionar la educación segregada (los chicos con los chicos y las chicas con las chicas), materia en la que el opus tiene casi la exclusiva.

Me río cuando oigo decir que las ideologías se han terminado. Y me pongo a llorar cuando veo estas cosas. Los centros públicos, los que puedan sobrevivir, seguirán agonizando (menos algunos que por razones estratégicas interesa mantener y promocionar) mientras se inyecta dinero en los privados para que los padres puedan ir con la cabeza muy alta, orgullosos, mientras sus hijos son adoctrinados para el futuro. Derecho a la educación sí, pero que el adoctrinamiento lo paguemos entre todos me parece de una generosidad excesiva. Y si no, café para todos: centros católicos, marxistas, ateos, budistas, del Real Madrid,... y que cada uno elija, pero de verdad. ¡Viva la libertad!.

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