Saber quién gana y quién pierde en el actual proceso de negociación
para la formación del nuevo gobierno en España, o quién gana y quién pierde si
vamos a nuevas elecciones, es fundamental para entender, al menos en parte, el
proceso al que estamos asistiendo.
Parece una obviedad que Pedro Sánchez no ha tenido unos buenos
resultados en las pasadas elecciones, pero la posibilidad que se le ha abierto de
liderar una gran coalición de izquierdas le ha proporcionado una bocanada de
aire que no esperaba. Esta posibilidad, aunque lejana, es el único agarradero
que le queda porque la alternativa que se le plantea puede ser del color de la
más oscura de las tormentas. Unas nuevas elecciones, de no mejorar el
resultado, y parece que no lo haría, sería su muerte política más inmediata.
En el PSOE, Susana Díaz sigue jugando con estudiada ambigüedad: por
una parte dice no querer dejar la Junta, pero por otra no quiere resistirse a
liderar el acoso y derribo a Pedro Sánchez que ella misma inició prácticamente el
mismo día de la elección del actual secretario general. La estructura del
partido, con federaciones independientes que reclaman y usan su independencia
para atacar y purgar a los que no son de su confianza, y unos barones con más
poder del que saben controlar, unido al retroceso que están sufriendo en las urnas,
facilita esta situación en la que unos dedican la mayor parte de su esfuerzo a
defenderse de los ataques de sus compañeros y éstos dedican la mayor parte de
sus energías a conspirar contra los anteriores. Susana Díaz sabe que su tren
está cerca y no quiere que pase sin subirse a él. En el caso cada vez más
improbable de que Sánchez consiguiese un acuerdo de izquierda, Susana Díaz solo
tendría que esperar a que Podemos impusiera una sola coma de su programa para
que el cuello de Pedro Sánchez notase el aliento de la presidenta; y si no lo
consigue, no pasa nada, le tendrá en su punto de mira por los resultados. Mucho
tiene que cambiar el panorama interno en el PSOE para que la cabeza de su líder
no repose más temprano que tarde en la bandeja que la lideresa le tiene asignada,
momento en que podrá postularse para su ansiado cargo.
El tercero en discordia es Pablo Iglesias. En sus manos tiene la
posibilidad de mandar a Rajoy a casa, pero ésta es una opción que no le
ayudaría mucho. Sabe que con Pedro Sánchez en el gobierno, el programa de
Podemos quedaría muy mermado, como también sabe que la convocatoria de unas
nuevas elecciones podría favorecer sus resultados y tener una nueva oportunidad
para su asalto a los cielos. Para Podemos, cuatro años en la oposición puede
ser demasiado tiempo, sus votantes quieren un cambio y lo quieren ya. Históricamente
el voto de izquierdas ha sido tan crítico como infiel, y de ahí su
fragmentación; el propio Pablo Iglesias salió del PCE porque no encontraba allí
su sitio, IU sigue con su sangría y sus peleas internas, el PSOE parece una
jaula de grillos, donde todos quieren hacer valer su opinión. Pablo Iglesias
dijo tras las elecciones que le faltaron días de campaña para conseguir su punto
de ebullición y ahora ve la oportunidad de ampliar el calendario en busca de su
objetivo. Incluso las líneas rojas marcadas por Podemos, o impuestas por sus socios
catalanes, suenan en su discurso más como una excusa para no alcanzar ningún acuerdo
y así poder intentar su objetico en unas nuevas elecciones, que como una
cuestión de principios.
Todo lo anterior, claro, si no prospera una coalición de PP, PSOE y
Ciudadanos, con un gobierno liderado por Rivera, algo que Bruselas agradecería
pero que a mí me pone los pelos de punta. Esta posibilidad me la apuntó el
sábado una amiga y desde entonces no he podido dormir.
Lástima, si la izquierda fuera más coherente con sus
objetivos y un poco más tolerante con sus principios programáticos, no los éticos, posiblemente nos iría a
todos un poco mejor.
JMR
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