Posiblemente llegará un día en el
que la ciencia sea capaz de hacer un borrado selectivo de nuestra memoria, algo
así como en la película “Acuérdate de mí”, de Michel Gondry. La faena que nos
hizo un amigo, aquella época que tan mal lo pasamos por culpa de un desengaño
amoroso, esas vacaciones que resultaron un desastre por culpa del cuñado al que
dejamos acompañarnos, son algunas de las cosas que a todos nos gustaría borrar
de nuestra memoria. Viviríamos más felices y no guardaríamos rencor a ningún
amigo, amante o pariente.
Aunque la ciencia todavía no ha
llegado tan lejos, hay quienes, de forma un poco rudimentaria, ya están
poniendo las bases para garantizarnos nuestro bienestar, alejándonos de lo que
nos puede hacer daño, mediante técnicas parecidas a la del Dr. Howard Mierzwiak
de la película, que inventó un aparato para tal fin. En la realidad, la de hoy,
el gobierno se empeña en borrarnos los malos recuerdos, en este caso mediante
el olvido de la memoria histórica, dejando sin presupuesto la Ley o mediante la
técnica de “si no se habla no existe”. Por qué empeñarnos en recordar tiempos
pasados que solo nos producen angustia, por qué recordar lo que solo nos crea
desasosiego. ¡Borremos la historia!, es lo que oyen nuestros gobernantes continuamente
en sus sueños o pesadillas, ¡el olvido os hará más felices!.
Mientras la ciencia no llegue a
estos niveles de borrados de la memoria, o mientras no se les ocurra a nuestros
actuales ministros de la cruz y la porra (Justicia e Interior) llevarnos de
excursión al río Lete, donde bebían las almas para olvidar su pasado en la
mitología griega antes de reencarnarse, agradezco a Almudena Grandes que nos regale
historias tan reales como las que encarnan personajes ficticios (o no) como los
de Manolita, Antonio, Silverio, Isabel, Antonio de Hoyos, la Palmera, Eladia o
el propio Orejas. La mayoría, protagonistas involuntarios de una de las épocas
más negras de nuestra historia, que bien pudieron ser nuestros abuelos, y de
los que somos herederos, de los buenos y de los malos. Personas tan cercanas
que mientras leía su historia he compartido con ellos sus muchas tristezas y se
me han encharcado los ojos con sus escasos momentos de alegría. Incluso compartí
con algunos de ellos el susto, la desilusión y la rabia cuando descubrí la
identidad de algún “ejemplar servidor del Estado” (cuestión de edad).
Es curioso que los que “ganaron”
la guerra o sus representantes en la tierra quieran olvidar y los que la
“perdieron” quieran recordar. Es como si los primeros se sintieran avergonzados
de su victoria y desearan pasar página sin ni siquiera abrir el libro, y los
segundos, pese a ser los perdedores según los libros, fueran los auténticos
vencedores. En realidad es así, porque cuando los primeros se empeñan en pedir
la equidistancia, en igualar a los unos con los otros, solo tratan de
justificar sus vergüenzas y poner al mismo nivel a los verdugos con sus
víctimas. Fue una época en la que hubo gente que quiso sobrevivir y gente que
se empeñó en hacerlo imposible. Hubo gente, sin más, y hubo mala gente.
La memoria, histórica o
selectiva, es mucho más que una ley o un capítulo en un libro, es una cuestión de
dignidad, que se tiene o no se tiene, y los que tratan de ocultarla la
perdieron hace mucho tiempo.
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