Una vez más asistimos
como meros espectadores a la elección de los cabezas de lista de los partidos, en
esta ocasión para las próximas elecciones al parlamento europeo. El
PP utiliza su dedo, el PSOE su “aparato”, IU la posición
dominante de su grupo hegemónico, todos rechazan la democracia que
ellos mismos exigen para los demás y hacen gala de una transparencia
que no vemos. Los propios elegidos aceptan agradecidos su designación
como un premio a su labor, convencidos de que lo merecen, y las bases
de sus partidos miran para otro lado mientras aplauden disciplinados
todo lo que provenga de los suyos, sea lo que sea y hagan lo que
hagan.
Aristóteles llamaba
aristocracia a la forma de gobierno en la que el poder soberano era
conferido a un número reducido y cualificado de ciudadanos que
procuraban el bien de la mayoría. Cuando el objetivo del bien común
se pervertía, cuando ya no les importaba el bien general sino su
propio interés, la aristocracia se transformaba en oligarquía. Y en
eso estamos, dominados por oligarcas que solo buscan su propio
interés y perpetuarse en su propia mediocridad, miedosos por si
vienen otros mejores que ellos y les arrebaten lo que creen suyo.
Dentro de poco cada
partido empezará a bombardearnos pidiéndonos el voto para su
paladín, mostrándonos todas sus virtudes y las cualidades del grupo
que le respalda. Lástima que no hayan dado el ejemplo que una buena
parte de la sociedad estaba esperando, haciendo un ejercicio de
democracia interna y dando la oportunidad a sus bases para que
opinasen sobre sus cabezas de lista. Ahora que la gente está
pidiendo alguna muestra de cercanía, los partidos se autoexcluyen de
la sociedad de la que se alimentan. Son como esos viejos ricachones
que viven de malvender las propiedades que les dejaron sus
antepasados, sin aportar nada nuevo y viendo cómo desaparece todo su
fortuna. La credibilidad de la que gozaron antaño se ha vuelto
esquiva, sus militantes van reduciéndose cada día más y los grupos
alternativos se van adueñando de la calle. El ideario que recibieron
de sus mayores se ha transformado en interés y las personas a las
que representan han sido sustituidas por estadísticas.
Si no cambian, si no se
regeneran, si no vuelven a la calle a la que pertenecen, su
existencia, tal y como conocemos hoy los partidos, dejará de tener
sentido.
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