Desde que Rajoy anunció
en Bruselas la huelga general prevista para el próximo día 29, se
está debatiendo sobre si es oportuna o si es necesaria. Creo que en
este punto todos estaremos de acuerdo en que la huelga llega en un
momento especialmente delicado y que nuestra imagen va a quedar
tocada en el exterior, algo que a nuestro presidente no le gusta
nada. Tal vez habrá que recordarle los pocos esfuerzos que hizo él
por mejorar esa imagen cuando estaba en la oposición y el veneno que
el presidente de honor de su partido escupía en los foros donde
alguien le quería escuchar contra nuestra economía, recibiendo por
ello los aplausos desde sus filas. Hay personas bienintencionadas que
dicen incluso que se debería haber esperado los cien días de
gracia, habituales en política, pero no se dan cuenta estas buenas
gentes que al ritmo que vamos, cuando transcurran esos cien, no habrá
marcha atrás y la destrucción del estado del bienestar será un
hecho, porque a este ritmo no van a dejar ni el solar. Además, es
ahora cuando se produce la reforma laboral y es ahora cuando hay que
contestarla, es ahora cuando el gobierno la redacta y es ahora cuando
debe asumir sus consecuencias. Muy distinto hubiese sido si esta
reforma se hubiese pactado, pero ha sido Rajoy el que ha preferido la
complacencia de los mercados al diálogo y a la paz social, y no
puede culparse a los sindicatos porque convoquen una huelga en contra
de una reforma unilateral, injusta, innecesaria y que, ya lo estamos
viendo, sólo da facilidades para el despido.
En esta ocasión, el
próximo día 29 los trabajadores se juegan algo más que las penosas
consecuencias de la reforma laboral, se enfrentan a una nueva
contrarreforma, sin descartar la instauración de una nueva
inquisición para los protestantes (ahora los que protestan), a la
liquidación del estado del bienestar, a la destrucción del espíritu
de la transición. Esto es a lo que nos enfrentamos y, como se hacía
en otras épocas, cualquier sacrificio será bueno para contentar a
los nuevos dioses, para evitar su ira. Y qué mejor sacrificio que el
de los trabajadores, y mejor si son jóvenes cualificados o mayores
con experiencia, que esto a los mercados les entusiasma. Pues no, hay
que decirle al gobierno que no, que este no es el camino, que sus
esfuerzos tienen que estar dirigidos a proteger a sus ciudadanos, no
a esos nuevos dioses, tan invisibles como los de siempre pero mucho
más voraces (en ellos se debió inspirar Deméter cuando condenó a
Erisictón a sufrir de hambre eternamente y cuanto más comiera más hambre tendría). Pero
si de verdad hay que sacrificarse, siempre tendrá a los trabajadores
de su parte, pero no a cualquier precio, no para dar de comer al
dios que nos arruinó.
Habrá que esperar al día
30 para ver las consecuencias de la huelga. Poco espero del gobierno,
que ya ha demostrado su falta de sensibilidad, y no sé lo que
esperar de los sindicatos, quienes deberán hacer un tremendo
esfuerzo para ganarse la confianza de los trabajadores y no perder
esta batalla que se antoja crucial. De los trabajadores sí, espero
que secunden la huelga y le digan a todos, gobierno, sindicatos y
oposición, que son personas responsables, aunque la responsabilidad
de la huelga sea de otros.
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