Posiblemente, además del drama personal de cada uno de los afectados, una de las peores consecuencias del paro existente en España es la imposibilidad de elegir un trabajo en el que nos sintamos cómodos. Con más de cuatro millones de parados, entre los que me encuentro, pocos son los privilegiados que pueden elegir un sitio digno donde prestar sus servicios y desarrollarse profesionalmente, viendo en no pocas ocasiones cómo trabajan de camareros los que antes eran albañiles, opositan a conserjes los licenciados, venden coches los que antes tenían un pequeño comercio, no pasan de contables los economistas, o envejecen en sus puestos los “jóvenes” becarios, todos con el miedo en el cuerpo por no ser el siguiente en engrosar las listas del paro.
Esto viene a cuento porque tal vez esta situación tenga algo que ver con la baja productividad que se achaca a nuestras empresas. Y es que no hay nada peor que levantarse cada mañana sin ilusión, sin ganas, con la sensación de estar perdiendo el tiempo en un trabajo que no nos gusta o donde se nos ningunea pese a la alta cualificación que podamos aportar, porque la situación, y esto es muy lamentable, lleva a las empresas a pedir personal con idiomas cuando no hacen falta, títulos que nunca se van a ejercer o impecable presencia que nunca se va a mostrar, sólo porque entre los cuatro millones de parados siempre hay personas con todos esos requisitos dispuestos a ejercer de lo que sea, porque el momento no está para elegir y hay que comer cada día. Una situación que, en el mejor de los casos, llevará a estos trabajadores a dedicar la mayor parte de sus energías a buscar un trabajo que realmente les ilusione y para el se han preparado durante muchos años y, en otros, directamente a la frustración, lo que irá en contra de su rendimiento y en nada favorecerá la productividad que reclaman los empresarios y necesita la economía.
Las empresas deberían tener cuidado con su política de personal. Hace no mucho me hablaban de una de las grandes empresas de este país, con contratos millonarios con la Administración , que al recurrir a las ETT para reclutar personal exigía que los salarios de los candidatos estuviesen siempre por debajo de lo establecido en el convenio, algo que, al margen de ser ilegal, da una idea de lo que se espera del trabajador y de la talla “moral” de la empresa. En estas condiciones y con este menosprecio al trabajo de los demás, da lo mismo si es cualificado o no, es imposible elevar la productividad de este país, no podemos competir con el resto del mundo y va a costar mucho recuperar la ilusión por el trabajo. Se hace imprescindible la colaboración empresa-trabajador, la complicidad por el futuro y los proyectos en común, encontrando cada uno su sitio y facilitándoselo a los demás, sintiendo cada trabajador de los que tiene la suerte de trabajar que su labor es importante y sus conocimientos son útiles a la empresa. Sin duda éstos son retos que tenemos que imponernos cada día como alternativa a la grave situación que padecemos. Si somos capaces de caminar juntos y en colaboración, respetándonos y sabiendo el papel que juega cada parte, posiblemente haya esperanza y podamos empezar una nueva andadura que nos ayude a salir del atolladero en el que nos encontramos.
Que así sea.
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