lunes, 25 de abril de 2011

Esta es la ocasión

La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se aprobó para la protección de los civiles libios, creando una zona de exclusión aérea que impidiera el asesinato de víctimas inocentes. Raudos y veloces, y con el aplauso de la mayoría de la población mundial, diferentes países se pusieron manos a la obra para hacer cumplir un mandado tan justo como necesario.

No será éste el momento en el que juzguemos si la Resolución se está cumpliendo o no, aunque todo parece indicar que se está yendo más allá de lo que Naciones Unidas estableció, lo que no parece un buen ejemplo en una materia tan delicada como ésta. No podemos salir de casa con la bandera de los Derechos Humanos y, en su nombre, provocar resultados colaterales con sus consiguientes. Vaya por delante que este sátrapa nunca ha sido santo de mi devoción, al que sólo con una excesiva dosis de alucinógenos llamaría amigo extravagante, tal y como lo ha calificado uno de nuestros más ilustres “intelectuales”. Posiblemente, en este caso, lo que ocurre es que las cosas no se midieron con la vara de la prudencia y ahora toca tapar más agujeros de los que había. Pero que nadie se alarme, que occidente ya tiene suficiente experiencia en charcos en los que ha entrado y de los que no sabe salir.

Pero en fin, a raíz de lo de Libia, ahora la gente se pregunta por las razones de no hacer lo mismo con Siria, con Bashar el Asad a la cabeza, amigo entre los amigos, al igual que antes lo fue Gadafi. La represión indiscriminada que este buen señor ejerce sobre su población parece no tener fin, al menos mientras haya alguien que le reclame más democracia. Recordemos que Bashar el Asad heredó la dictadura de su padre, quien proclamó el estado de emergencia en 1963, y su hijo, como un gesto de buena voluntad, lo derogó la semana pasada al tiempo que incrementaba la represión. También conviene recordar que con este “amigo” salíamos de fiesta y nos reíamos a mandíbula batiente hasta hace muy poco y, a la vista de que nuestras autoridades no han criticado mucho su actitud, tal vez estemos echando en falta sus chistes. Que para eso Siria es un país con unas fronteras que hay que vigilar y lo hace muy bien, que de bien nacidos es ser agradecidos.

Casi lo mismo ocurre con Yemen, cuyo presidente negocia su inmunidad al tiempo que sigue tocando las narices a su gente.

Y suma y sigue.

Pero no son estos casos los que deberían preocuparnos, que también por las vidas que hay en juego, porque lo realmente importante, y estos movimientos nos lo están poniendo en bandeja, es el replanteamiento de las relaciones que deberíamos tener con estos países. Ya es hora de que dejemos de mirar a otro lado cuando sabemos lo que está ocurriendo, simplemente porque nos interesa por cuestiones estratégicas o porque tienen petróleo o porque su rey es amigo de otro. Claro que es más estable una dictadura que un régimen democrático, allí no se mueve ni dios, porque al que se mueve lo matan. Pero si ese no es el precio que queremos pagar para notros para nuestra estabilidad, por qué lo aceptamos y lo aplaudimos para otros. No esperemos a que la gente de buena fe se tenga que jugar, y en muchos casos perder, la vida, hay gobernantes que no deben tener ningún reconocimiento ni gozar de nuestra falsa simpatía. Acaso pensamos que una revuelta como la de Libia sería mejor tratada por el rey de Marruecos si se lleva a cabo en su territorio, o que nuestro ilustre visitante, el emir de Qatar, sería más indulgente que el presidente Sirio. Es el momento de empezar a pensar en el modelo de relaciones que tenemos y queremos con terceros países, que posiblemente no sea el mismo, es el momento de decir no a esos gobiernos que son la tranquilidad de hoy, la inestabilidad de mañana y la vergüenza de cada días.

Aunque tal vez, y a la vista de las últimas noticias sobre Guantánamo, donde ahora nos enteramos de que la mayoría de las personas que allí estaban fueron secuestradas de forma aleatoria entre la población, no porque fueran una amenaza o tuvieran nada que ver con lo que se combatía sino por pasar por allí, donde ya sabemos que George W. Bush, ese amigo de “intelectuales”, ordenó (que es más que consentir) la tortura indiscriminada, tal vez lo, digo, mejor sea meter la cabeza bajo tierra y esperar a que escampe. Algunas veces, en casos como estos, me gustaría repudiar a la especie humana y convertirme en cualquier otro vulgar animal, casi todos más decentes que  nosotros. Brindo por ellos.

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