Esta mañana he tenido un
momento en el que creí perder la cabeza. Al levantarme he visto que
la Audiencia Nacional había admitido a trámite una querella contra
los antiguos directivos de Bankia y otras rapaces propias de nuestro
sistema peninsular. Estas aves tan nuestras, metidas en sus ratos de
ocio a banqueros, han sido a lo largo de estos años lo equivalente a
los agujeros negros en la astronomía, han sido capaces de generar un
campo gravitatorio tan grande a su alrededor que hasta la calderilla
que se acercaba a sus puertas la engullían, sólo han dejado el
solar, los letreros y las hipotecas de la gente que no ha podido
devolverlas.
El caso es que esta
noticia, aunque sólo sea por ver a Rato declarando ante el juez, me
ha hecho ver la luz y me he dicho “Dios existe”, porque sólo él
puede hacer que estas cosas pasen. Ni qué decir tiene que esta
sensación me ha producido un shock que espero definitivo, y hasta a
punto he estado de ir a ver al párroco de mi barrio para pedirle
confesión. Y tanto es así que a los pocos minutos, cuando he visto
la noticia de que la Conferencia Episcopal daba una rueda de prensa
para presentar el documento “La verdad del amor humano.
Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la
legislación familiar”, he pensado que ésta era una nueva señal
para que mi conversión fuera eterna y me he chupado toda la sesión
para ponerme al día de mi nueva vida.
Tengo que reconocer que
en estos momentos, después de la presentación del documento y de la
rueda de prensa, estoy en un estado en el que mi cerebro se ha
reblandecido hasta tal punto que noto cómo va huyendo a través de
mis orejas y empieza a gotear sobre mis zapatos. Creo que lo que ha
tenido que procesar mi limitada materia gris es excesivo y no le he
dado el tiempo suficiente para asimilarlo.
Entre las doctrinas que
imparte el nuevo documento, está, como es natural, el matrimonio
entre hombre y mujer, (no la aberración de los matrimonios entre
personas del mismo sexo), el sexo (dentro del matrimonio y sólo para
procrear) o la libertad (para hacer lo que predica la Iglesia).
Algunos malintencionados dirán que los curas no tienen ni idea de
esto porque ni se casan, ni practican sexo ni son libres porque hacen
voto de obediencia, pero yo tampoco sé de nada y aquí estoy
opinando de todo. Hay quien dice incluso que a algunos miembros
destacados de la Iglesia les gusta el sexo más que a un tonto un
lapicero, ya sea con mujeres, con hombres o con niños, pero si lo
hacen, que lo hacen, es sólo para saber de qué hablan, se
sacrifican por los demás, a su manera aunque no como lo hizo Jesucristo, para darnos una lección a todos y luego poder predicar lo que no se debe
hacer, y así se lo pagamos, criticando su buenos actos.
En fin, son demasiadas señales como para que no me dé por aludido: Rato en el banquillo, que pensando en
lo bien que quedaría Rato ante el juez y el obispo de Alcalá
sacrificándose por nosotros, hoy he visto la luz. Loado sea el
Señor.
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