Cuenta la leyenda que un
día en el que la sacerdotisa de Hera en Argos tenía que ejecutar el
ritual a la diosa, los bueyes blancos que debían tirar del carro
sagrado no llegaron a tiempo. Al darse cuenta de ello, los hijos de
la sacerdotisa, Cleobis y Bitón, se pusieron en el lugar de los
bueyes y lo arrastraron hasta el templo situado a varias millas de
distancia. La madre, impresionada por el esfuerzo de sus hijos,
suplicó a la diosa que les concediese el mejor don que se puede
conceder a un mortal, y cuando acabó de oficiar el ritual, los
jóvenes fueron a dormir al templo y nunca más volvieron a desperar.
En aquella época se
decía que “aquellos a quienes aman los dioses mueren jóvenes”.
Es posible que esto sea lo que está ocurriendo con los nuevos
dioses, que quieren mucho a nuestros jóvenes y por eso están
acabando con todos, al menos con su esperanza y su futuro. Pero no debe ser así, porque los ídolos a los que adoran nuestros gobernantes devoran de igual modo tanto a los jóvenes como a los mayores.
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