viernes, 27 de julio de 2012

La corona de laurel

El árbol genealógico de Eros (Cupido para los romanos) parece que no está muy claro, unos apuntan que brotó del Caos, otros a que es hijo de Ares y Afrodita, otros que desciende de Afrodita y Hefesto, otros implican también a Zeus que, como no puede ser de otra manera, allí donde había una falda siempre estaba su barba.

En cierta ocasión, Apolo, muy chulito él, se burló de Eros-Cupido diciéndole: ¿Qué haces, niño lascivo, con armas de valientes?, tal armamento cuadra a mis hombros…” y otras cosas similares. El niño, que efectivamente tenía pinta de niño pero que se gastaba una mala leche de gigante, le contesta: “Sea que tu arco, Febo (Apolo en Griego), atraviese todas las cosas, pero el mío a ti, y como todos los animales son inferiores a la divinidad, así tu gloria es inferior a la mía”, y agitando sus alas Eros-Cupido se alejó mascullando (traducción libre): megüentusmuelas pecador, te vas a enterar de lo que vale un peine, y se puso a cavilar la venganza.

La ocasión no tardó en llegar y la encontró al descubrir que Apolo, sólo por divertirse, intentaba llevarse al huerto a Dafne, una chula ninfa muy apetitosa.

(Llegados a este punto hay que aclarar que Cupido tenía dos tipos de flechas: unas de punta de oro, para enamorar, y otras de punta de plomo, para lo contrario).

El caso es que el enano lanzó una flecha de oro a Apolo y otra de plomo a Dafne, lo que ocasionó que, como en muchas parejas, el desencuentro fue brutal.

Y mientras, la ninfa Dafne se reía y le gustaba el juego, disfrutaba con su soltería tonteando con unos y con otros pero sin involucrarse ni involucrar a nadie, con la candidez y frescura propias de una joven que se siente muy joven para atarse. Pero Apolo, con la picadura de la flecha de Cupido, se moría por sus huesos, y “…alaba sus dedos, sus manos, sus brazos, y sus piernas desnudas más de la mitad: si algo queda oculto lo imagina aún mejor…”, y, al poco tiempo, cuando ya la cosa empezó a ponerse seria y la chica se sintió realmente acosada, dejó de gustarle el juego. Apolo la persigue de verdad, y Dafne huía, y mientras corría imploraba a su padre, Peneo, para que la transforme y pudiese cesar la persecución. Y su padre, como todos los padres, escuchó a su hija y le concedió el deseo, y mientras la chica seguía corriendo notaba cómo su cuerpo iba cambiando hasta transformarse en un árbol, quedando sus pies convertidos en raíces. Por supuesto, este cambio de Ninfa a árbol no le importó a Apolo quien, por fin, podía abrazar y besar a su amada (al tronco) a pesar de su transformación. Y tanto era el amor de Apolo que dijo “ya que no puedes ser mi esposa serás mi árbol”, y “tu acompañarás a los caudillos latinos , cuando voces alegres canten el triunfo y visiten el Capitolio”. Desde entonces, en honor de Dafne, todos los grandes héroes llevan la corona de laurel ceñida en su frente, incluyendo a los primeros héroes de las olimpiadas (aunque mi fuente es Ovidio, romano de pro, la  mitología romana se inspira-copia la griega).



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