martes, 28 de febrero de 2012

Alegría

Hace unos días decían en televisión que, según una reciente encuesta, los españoles ya no eran ese pueblo alegre que fue, que han perdido parte de su alegría natural de la que siempre habíamos hecho gala. Por supuesto, al parecer, la culpa era de la persistente crisis, o mejor dicho, de las consecuencias que la crisis provoca.

La noticia me dejó un poco preocupado porque no entiendo que pudiendo identificarse a los culpables, nadie haga nada al respecto ni se pueda hacer. Ya sé que no hay nada en nuestro ordenamiento jurídico que penalice el robo de alegría o de la ilusión, pero esto se debería corregir de forma inmediata e introducir en el Código Penal algún artículo que penalizase estos hechos. Algo así como “el que causare, aún de forma temporal, la merma de alegría o de ilusión en cualquier persona, sin distinción de religión, raza o sexo, será castigado con la pena de ...”, porque si es grave que nos roben el pan, mucho más grave es que nos roben las ganas de comerlo.

Esto, claro, tiene sus consecuencias en todos los órdenes de la vida. La eficiencia, por ejemplo, que tanto preocupa a la economía: nadie negará que es mucho más eficiente un trabajador alegre que un trabajador cabreado, y como muestra ahí está la policía valenciana, con su jefe y la Delegada del Gobierno al frente, que parece que les han robado la alegría, la cartera e incluso a su pareja. Así no se puede trabajar, hay que echarle un poco de chispa a la vida y salir con otro talante, dando los buenos días y deseando lo mejor para todos.

Pero pensándolo bien, puede ocurrir que esto no sea algo casual. Puede ocurrir que la pérdida de alegría que estamos padeciendo no sea consecuencia de la crisis, sino que tal vez sea algo perfectamente organizado, un ataque de aquellos que nunca la tuvieron y que se sienten molestos con la risa, la esperanza y la ilusión de los demás. O tal vez sea simplemente una táctica para quitarnos cualquier posibilidad de resistencia.

Tenemos que hacernos fuertes, al menos, con estas cosas que los mercados todavía no pueden valorar económicamente, porque en cuanto lo consigan seguro que nos lo descuentan del sueldo.

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