Era su
primer día de clase. Se acercó a la puerta y vio cómo la mayoría de los
chavales, entre gritos y risas, se
abrazaban empujándose unos a otros. Y, entre toda la multitud, Carlos distinguió
unos ojos claros de los que se enamoró perdidamente.
Marta
hablaba con algunos compañeros del curso anterior cuando, al girar la cabeza
para saludar a una amiga, vio a un chico moreno y alto, de mirada huidiza, que
le hizo agradecer el haberse levantado esa mañana.
A partir de
ese día, en el patio, él se sentaba a esperar a la dueña de los ojos claros, y
ella, como siempre, se reunía con el dueño de la mirada huidiza. Carlos y Marta
nunca se encontraron.