Que Carlos Dívar, tenga
de por vida el tratamiento de Excelentísimo tiene guasa. Que sus
colegas, en un acto de justicia sin igual, hayan decidido que no sea
imputado por gastar dinero público en viajes privados, no solo no
tiene guasa, sino que irrita y cabrea. Que el Ministro del ramo haya
defendido a un personaje como este sin el más mínimo sonrojo, le
define. Y que los mismos colegas que le exculpan penalmente, en un
triple salto mortal, le pidan la dimisión y luego le dejen el cuándo
y el cómo hacerlo para que pueda lucirse, es entender la institución
como el patio de su casa, sin ningún respeto al ciudadano en un
momento en el que las formas y las sensibilidades tendrían que ser
la guía por las que regirse.
Afortunadamente, alguien,
ha decidido que el Rey viaje fuera de España para dar el pésame a
la familia real saudí por la muerte de uno de sus herederos, y ésta
es una decisión que aplaudo. Aunque la familia saudí no esté entre
mis personajes favoritos, en estos momentos es un acierto alejarse de
personas como Dívar, que tanto daño ha hecho a la institución que
preside. Y no sólo por el dinero gastado, sino por sus mentiras para
justificarlo, como si fuera un vulgar raterillo de tres al cuarto,
por su soberbia y por su estupidez. Serán las cosas del amor, que
nos ciega la mente y nos hace más tontos de lo que los seres humanos
ya somos desde nuestro nacimiento.
El caso es que el ya casi
dimitido Carlos Dívar se va a quedar sin la foto que tanto ansiaba
al lado del Rey en el Bicentenario del Tribunal Supremo. Lástima,
tendrá que conformarse con otras fotos, las de algún acompañante,
algún amigo, alguien cercano que en los momentos difíciles haya
sabido entenderle y darle lo que necesitaba en esas noches de
soledad de Marbella y en tantos otros lugares donde el destino y el
dinero de todos les han llevado. ¡Qué recuerdos tan bonitos!
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